viernes, 27 de enero de 2012

Una lectura de Gabriel García Márquez


Hace un par de días leí un cuento de Gabriel García Márquez La tercera resignación, que en realidad me pareció bastante mal escrito (¡que igualado, ya lo sé!). No soy un gran admirador de García Márquez, sin embargo reconozco que su obra maestra Cien Años de Soledad es, junto con La Metamorfosis de Kafka y Crimen y Castigo de Dostoievski, de las novelas que más he releído en mi  vida, quizás unas cinco o seis veces. Ahora bien, decir que un autor nobel, como García Márquez, tiene un cuento mal escrito es sin duda una afirmación que requiere una justificación, y es a esto a lo que me referiré a continuación, así como a mi experiencia frente a la lectura del cuento en cuestión que fue más sorpresiva de lo esperado.
               
          Después de leer a autores de relatos breves con una capacidad de síntesis impresionante, como Borges o Cortázar, uno sin duda se pone más exigente de la cuenta. La elaboración de imágenes y metáforas a partir del uso, por ejemplo, del adverbio como lo hace Borges, hace que a uno como lector le cueste digerir la escritura híper adjetivada, al menos en cuentos cortos. En La tercera resignación, García Márquez trabaja sobre una trama poderosa, como es común en sus textos, pero a diferencia de un desarrollo puntual como lo hace en varias de sus novelas, opta por la sucia artimaña de abusar del adjetivo para apelar a cierta emotividad de parte del lector. Y es que en un cuento de menos de diez páginas escribir cosas como: “Se sintió intangible, inespacial, inexistente. Él era verdaderamente un cadáver y estaba sintiendo ya, sobre su cuerpo, joven y enfermizo, el tránsito de la muerte” queda claro que: intangible, inespacial, inexistente, joven y enfermizo, en tan pocas líneas, resulta un poco agotador. Es el mismo problema de Benedetti en uno de sus cuentos En Cenizas Derribado, cuando escribe por ejemplo “[…] y Olmos detiene el apoyo, unánime y divertido, solo con levantar las cejas pobladísimas y negras […]”. En fin, en este ejemplo, a Benedetti no le basta con el abuso de los adjetivos, sino que además inserta el superlativo “pobladísimas”. ¡Un recurso excesivo!  

               Ahora bien, no se trata de censurar por completo adjetivos ni nada por el estilo, sino que a mi juicio, su abuso en narrativa breve, deviene indudablemente en un texto mal escrito, difícil de leer, flojo, en fin: en una lectura forzada.  Para ejemplificar lo que considero un uso  más adecuado, es decir, más comedido de los adjetivos sirva este ejemplo de Borges en su relato El Sur: “Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.”  El hecho de privilegiar la elaboración de imágenes haciendo uso de los diversos elementos literarios, y no sólo la proliferación de emotividades a partir de la híper adjetivación, debe ser sin duda un objetivo para cualquiera que actualmente pretenda dedicarse con seriedad a la literatura.

             Finalmente, pese a todo esto (y esa es quizás la clave donde radica la calidad de García Márquez) aunque el texto está realmente mal escrito,  el peso de una buena trama termina haciendo de las suyas. Últimamente me encontraba en una especie de bloqueo de escritura, pero con respecto solamente a la narrativa, y luego de la lectura del texto en cuestión, las ideas empezaron a florecer. Es decir, no fue ni Borges ni Cortázar, de quienes me considero casi pandereta, quienes lograron desbloquearme, sino García Márquez con quizá uno de sus peores textos. Si alguien sabe a qué se debe este fenómeno, que por favor me lo explique. 

3 comentarios:

  1. De un tiempo para acá, había notado que por pose y moda, es recurrente oír decir que García Marquéz es mal escritor y que Cien Años de Soledad es una novela mala. Pero quienes así hablan nunca han explicado por qué.

    La virtud de este pequeño ensayo, es su honestidad intelectual, la vitalidad del autor enfrentado a la obra del colombiano, donde en unas recogen juntos la bandera y en otras no, como el cuento aludido.

    Yo tuve hace algunos años una manía con Márquez, leí prácticamente todo de él, y sigo sintiendo el mismo entusiasmo por Cien años de Soledad y mi favorita El Otoño del Patriarca (que es parte de ese casi subgénero de novelas sobre tiranos y dictadores)Pero siento reservas con respecto a varias novelas anteriores de Márquez, pero especialmente como cuentista, Por ejemplo, Los funerales de la mamá grande, no me llegaron, no hicieron click, y siempre me intrigó que el cuento homónimo es exactamente igual a otro, Mamita Maura de Fabian Dobles, por lo que no sé quien copió a quien o si fue pura casualidad.

    Decía Cervantes que no existe libro tan malo que no haya algo bueno que aprender de él... y si ese beneficio deviene en un desbloqueo... pues en hora buena Verny

    Saludos!

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  2. Claro Germán! Pienso que afirmar que un escritor es malo porque uno o dos de sus trabajos sea malo, es igual de posado, snob e incoherente con respecto a la experiencia estética, que decir que un autor es bueno, porque uno o dos de sus textos lo sean. Empiezan siempre a realizarse lecturas extra literarias que los llevan al embarazoso rincón donde hay que dar explicaciones que no se tienen.

    Con respecto a las similitudes con Dobles, son bastante curiosos (intrigantes?) los paralelismos, no solo en los cuentos sino por ejemplo entre las mismas Cien Años de Soledad y El sitio de las Abras… pero eso es otra cuestión. Lo que sí es cierto es que a mí, como a vos, tampoco me gusta García Márquez el cuentista.

    Siempre es un placer tenerte por acá. Gracias por pasar y muchos saludos para vos!

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