miércoles, 11 de enero de 2012

Invitación a la lectura de Vallejo


 



No soy muy dado a comentar poesía, en el sentido de realizar burdas interpretaciones del tipo “esto significa…”, sin embargo a continuación, mediante dos de sus poemas, los invito a la lectura de quien puedo decir, es, por encima de Machado, Darío e incluso Baudelaire y Verlaine, mi poeta favorito: el peruano César Vallejo. Como muchas de las cosas buenas, estos dos poemas no gozan de la fama de otros poemas de otros autores o incluso del mismo Vallejo, sin embargo, se los comparto por el hecho de que su poesía me ha dado siempre todo lo que espero de la buena poesía, a saber, musicalidad, ritmo, profundidad y un poderoso valor estético, además de que son una demostración de que si bien es cierto que la escritura se hace de la lectura, la vivencia nunca queda sobrando, leerse todos los libros del mundo no te convierte necesariamente en un buen escritor, como tampoco ser el hombre más sufrido del mundo.  Sin embargo, de un equilibro especial pueden resultar cosas geniales.  

Espergesia


Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
              
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
              
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.               
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que mastico... y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de ferétro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.
              
Todos saben... Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.
              
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.



XXI

    En un auto arteriado de círculos viciosos,
torna diciembre qué cambiado,
con su oro en desgracia. Quién le viera:
diciembre con sus 31 pieles rotas,
                                 el pobre diablo.
    Yo le recuerdo. Hubimos de esplendor,
bocas ensortijadas de mal engreimiento,
todas arrastrando recelos infinitos.
Cómo no voy a recordarle
al magro señor Doce.
    Yo le recuerdo. Y hoy diciembre torna
qué cambiado, el aliento a infortunio,
helado, moqueando humillación.
    Y a la ternurosa avestruz
como que la ha querido, como que la ha adorado.
Pero ella se ha calzado todas sus diferencias.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Amigos de Literaturavecc