No soy muy dado a comentar poesía, en el sentido de realizar burdas
interpretaciones del tipo “esto significa…”, sin embargo a continuación,
mediante dos de sus poemas, los invito a la lectura de quien puedo decir, es,
por encima de Machado, Darío e incluso Baudelaire y Verlaine, mi poeta
favorito: el peruano César Vallejo. Como muchas de las cosas buenas, estos dos
poemas no gozan de la fama de otros poemas de otros autores o incluso del mismo
Vallejo, sin embargo, se los comparto por el hecho de que su poesía me ha dado
siempre todo lo que espero de la buena poesía, a saber, musicalidad, ritmo,
profundidad y un poderoso valor estético, además de que son una demostración de
que si bien es cierto que la escritura se hace de la lectura, la vivencia nunca
queda sobrando, leerse todos los libros del mundo no te convierte
necesariamente en un buen escritor, como tampoco ser el hombre más sufrido del
mundo. Sin embargo, de un equilibro especial pueden resultar cosas
geniales.
Espergesia
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que mastico... y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de ferétro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.
Todos saben... Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.
XXI
En un auto arteriado de círculos viciosos,
torna diciembre qué cambiado,
con su oro en desgracia. Quién le viera:
diciembre con sus 31 pieles rotas,
el
pobre diablo.
Yo le recuerdo. Hubimos de esplendor,
bocas ensortijadas de mal engreimiento,
todas arrastrando recelos infinitos.
Cómo no voy a recordarle
al magro señor Doce.
Yo le recuerdo. Y hoy diciembre torna
qué cambiado, el aliento a infortunio,
helado, moqueando humillación.
Y a la ternurosa avestruz
como que la ha querido, como que la ha adorado.
Pero ella se ha calzado todas sus diferencias.
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