viernes, 30 de noviembre de 2012

Uno de los viajes de Lauraver a Liliput



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Lauraver se despertó con el sol pegándole en la cara, estaba inmovilizada por cientos de cuerdas con las que los liliputienses la habían  atado al puerto principal de Liliput. No era la primera vez que ella vivía algo así, de donde venía estaba acostumbrada a luchar con pueblos de enanos, y ya sabía cómo lidiar con manifestaciones,  bloqueos, viceministras, ex presidentes, pueblo  y demás. En otra circunstancia, bajo las mismas condiciones, hubiera mandado llamar a un séquito de marionetas, a la armada o a la policía para que vinieran a dispersar a la multitud. Sin embargo, en vista de la evidente carencia de fuerza humana, tuvo que optar por un método un tanto más rudimentario, pero no menos efectivo que la represión. Esperó a que fuera de noche y cuando todos estaban dormidos aprovechó para bajarse a como pudo su ropa y echarse la más inmensa y épica cagada que alguien pueda imaginar. En cuestión de pocos minutos, los seres humanos que aun quedaban vivos en Liliput, apenas lograban asomar la punta de su nariz por en medio del mar de mierda de Lauraver. Luego de un par de horas ya no quedaba nadie vivo en Liliput a excepción de Lauraver que reía como una desquiciada mientras recordaba a los liliputienses ahogándose en mierda. Cuando todo estaba calmado y Lauraver ya no reía, sintió de inmediato las ganas profundas de volver a evacuar. Para aquel momento la primera ola de mierda ya había alcanzado sus orejas. Lauraver no pensó que debió haber dejado vivos al menos a algunos de los liliputienses para que le ayudaran a soltarse las amarras. Estaba sola. Ya era tarde.

Luego de su última deposición, apenas fue capaz de ver como una mierda pesada le cubría por completo los ojos.

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