sábado, 7 de marzo de 2015

Smart phone



Sería interesante para alguna tesis universitaria de desocupados revisar la génesis del momento en que empezamos a necesitar neuróticamente de un aparato que nos recordara todo. TODO, hasta lo que no queremos ni necesitamos. Las redes sociales y los ¨smart phones¨ insisten en funcionar como recolectores de datos en forma de fotos, mensajes de texto y status de Facebook. Le enseño a Emmanuel un video que grabamos en la mañana payaseando y con sus curiosos cuatro años se pone a revisar videos anteriores en mi teléfono: ¨Papá, ya no me acordaba que habíamos hecho eso¨. Yo pienso inmediatamente que semejante afirmación no era ni siquiera posible cuando yo tenía cuatro años… ni siquiera quince, ni siquiera veinte. A esas edades uno iba y compraba un rollo de 24 cuando iba de paseo y tomaba unas fotos que causaban una gran expectativa: ¨cómo habré salido?¨. Somos presa de un ¨teléfono inteligente¨ pero que no sólo es inteligente, sino que es rencoroso y moralista.


En mi familia a veces se acumulaban rollos sin revelar durante largos períodos de tiempo, luego uno agarraba dos o tres rollos, los llevaba a unas tiendas que ahora no existen y se llevaba para la casa un puño de cartones de pésima calidad (los que no estaban velados), muchos movidos, otros con ojos rojos por el flash y demás defectos, los colocaba en unos librotes que se llaman álbumes (hoy día son unos raros dinosaurios que sólo funcionan como archivos de pasados inexplicables) y se les hacía espacio en algún lugar de la casa para que las visitas los vieran. Cuando Emmanuel lea esto se va a cagar de risa y me va a hacer un bullying intenso.


Tengo un compita que dice que todo lo que uno dice, mientras no tenga datos que lo respalden, no existe. Claramente es una afirmación cientificista inocentona, pero que para efectos del funcionamiento de un negocio es bastante útil. Pero las relaciones de pareja, las de amistad, las de familia, las cotidianas en general claramente no funcionan así. Escucho constantemente cosas como: ¨en nuestra conversación del 25 de enero (inserte screenshot) dijiste a, b y c¨ o ¨en tu status del 15 de enero dijiste x, y y z¨ y ¨publicaste la foto de X¨. Qué nos hace pensar que nuestras relaciones personales requieren también datos de esa forma para funcionar más o menos sanamente?


No estoy desestimando la veracidad de los datos, estos han servido para mover masas a nivel político, para desenmascarar mentirosos a nivel monumental, para documentar amenazas. Pero en el ámbito personal, donde se dicen cosas sin pensar, cuál ha sido el peso de su función? Hay sin duda una sobrevaloración de lo que se dice, se publica y se fotografía en las redes en el ámbito personal. La sobrevaloración de los datos implica una corporatización de lo cotidiano, una monetización, incluso, de nuestros juicios de valor: soy demasiado saprisista, o demasiado liguista, soy demasiado ¨papᨠo demasiado amante de los animales y todo parece tener un costo en los intercambios de amor. ¨Es demasiado nalguda para ser fiel¨ o ¨es demasiado estudiado para ser mi novio¨, claramente un ridículo. Será que llegaremos al punto de identificar sólo a dos tipos de personas: los que SE publican y los que no existen? Publicarse y existir se proponen como sinónimos en un futuro más que inmediato. 

1 comentario:

  1. Existo por la validación que recibo de una red social o por lo que yo valoro mi existensia y sé quien soy?

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