miércoles, 17 de septiembre de 2014

Levedades



Estoy leyendo un mensaje de texto en mi celular. Las letras diminutas hablando de alguna estupidez abstraen por completo mi atención, luego sigue una fila de emoticones: caritas felices dientonas que me sonríen, y yo me rio con ellas viéndolas a los ojos. Esos ojillos negros sin nada, apenas dos puntos de algo que ni siquiera es tinta (¿de qué están hechos los ojos de los emoticones? ¿Tinta virtual?) Me siento bastante estúpido y me pongo serio con los emoticones, que sin duda comprenden mi silencio porque me contestan después de unos minutos con un ¨…???¨. Me increpan. No se parecen a las preguntas que se hace uno en una clase de filo, esas preguntas que parecen tan pesadas sobre el ser y la nada [insértese tono majestuoso con la sección de vientos de la filarmónica de Berlín de fondo], pero igual me increpan, me están cuestionando algo que creo entender, pero yo leo ambigüedad. Automáticamente mis pulgares mecanográficos torpemente digitan ¨???¨ y luego ¨enter¨. Sigue un silencio que me pone atentísimo como cuando espero el siguiente capítulo de un texto de Camus o el siguiente aforismo de Cioran.  Los signos de pregunta se convierten de un momento a otro en una molestia y suben el tono de la discusión. Suenan tres o cuatro mensajes en fila de otras dos conversaciones y los leo como quién lee un periódico: azarosamente, oscilando entre nuevos emoticones y filas de exclamaciones, signos de interrogación y puntos suspensivos. En mi mente voladora la vara como que se entiende y de un momento a otro apago el aparato y le subo el volumen al radio. Tenía razón el hijueputa de Kundera con esa vara de que el ser es insoportablemente leve, me digo. Los mensajes son débiles, el contenido también, los emoticones también, todo es débil en ese mundo… entonces pienso recobrar la gravedad de la vida pensando en los grandes temas de las clases de filo… y es la misma mierda, el ser es leve y la nada es tuanis, pero igual es leve. Pero decir que todo es leve es ya darle peso: el peso de la reflexión al menos. Entonces apago el pensamiento y le subo el volumen al radio. Algo de lo que suena es conocido, lo sé porque estoy cantando la canción sin siquiera darme cuenta. Mi voz es leve y mi pensamiento ha llegado a un punto de levedad inaceptable. No tengo otra salida más que apagarme… y subirle el volumen al radio.

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