A mi amigo L.O.C.A.
Hay dos platos gigantes de
concreto, uno frente al otro, separados a una distancia de unos treinta metros a
los que nadie ha dado importancia. Yo estoy con el viejo que me dice
entusiasmado “son antenas, vaya allá y cuando me hable, yo lo voy a escuchar
desde aquí”. Yo obedezco receloso pensando en la pereza de hacer caso a esos
divertimentos irrelevantes propios de la desocupación. Pienso en lo vacuo que
puede llegar a ser semejante experimento de comunicación cuando se tiene a la
otra persona justo al lado para decirle frente a frente todo cuanto sea
necesario. Llego hasta mi plato, me acerco escéptico y le pregunto como un
idiota “me escuchás?”. La voz sonriente a los treinta metros asiente y me
contesta con un mensaje jamás esperado. De esos que son una revelación, de esos
micro-mensajes circulares que son capaces de cambiar un mundo, de
hacer de la vida incomprensible un momento comprensible para siempre.
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