Yo estaba más o menos por la mitad de la fila
mientras empezó a correr el rumor de que el mercader se había quedado sin
producto. Nadie, sin embargo se marchó, por el contrario, todos parecían salir
muy contentos cuando el mercader les llenaba sus frasquitos con pus, orina,
sangre, vómito, mierda o cuanto se encontrara por ahí. Para cuando era mi turno,
no quedaba nada de eso, me entregó un frasquito vacío y me cobró el precio más
alto, yo pagué y con una sonrisa vi que la fila detrás mío era larga aun y el
mercader ya no tenía siquiera frascos vacíos.
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