Para caerse no tuvo que hacer mucho esfuerzo, siempre estuvo al borde del
precipicio y bastó un leve empujón para llegar hasta el fondo. La caída, como todas, fue tan accidentada como
inesperada en realidad. Quién sabe cuántos metros serían, pero a juzgar por el
golpe, las heridas y obviamente la inconsciencia temporal desatada, con
seguridad sería muy profundo. Una vez
recobrada la cordura hizo lo que cualquiera hubiese hecho en su lugar: llorar.
Pero pese a que el llanto es tedioso, sobre todo cuando es de dolor, es más
tedioso permanecer en el mismo lugar, a oscuras, con aparentemente nada por hacer.
Así es que se secó el llanto con las
manos llenas de barro y empezó a pensar. Salir de aquel hoyo por donde había
entrado era imposible y poco prometedor, era inútil escalar y además arriba
estaban las personas que lo habían empujado. Así que la única opción era seguir
hacia el fondo. Aun tenía sus manos y seguir hacia el fondo le regalaba esa contradictoria
esperanza en lo inesperado. Empezó a cavar durante un tiempo incontable y la
distancia de la orilla era cada vez más amplia. Un día se encontró con que el
final del fondo era la otra salida. Hizo lo obvio: llorar. Cuando estuvo
afuera, sucio y con las manos sangrantes llenas de tierra, pese a que la luz lo
enceguecía, se quedó inmóvil. Sintió vértigo cuando su pie rosó la orilla de
otro hoyo y náuseas cuando vio a las personas acercándose para volverlo a
empujar.
Más síntesis. Me hizo sonreír esta variante del mito de Sísifo.
ResponderEliminarGracias Germán! Siempre es bueno hacer sonreir a los amigos! Saludos!
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