No te deseo
la muerte
pues todas
las pestes del mundo se encuentran en la vida
todas, como las
que me dejó
tu presencia
tan diminuta
como nefasta
porque bastó
que apenas rosara mi vida
para que yo
empezara a desear:
que una patada en la sien te desprenda las dos retinas
que un carro te maje los talones de Aquiles
que una copa de cristal se te reviente en el glande
que la disfunción eréctil afecte tus mocedades
que las tormentas sean el sol de tus veranos
que las almas perdidas que vas guardando como trofeos
te quemen la piel y se te conviertan en herpes
que las noches no te alcancen sumadas con los días
para apagar los tormentos de tu conciencia
que el grito que no ha podido salir de mi, te reviente los tímpanos
que la soledad te nuble el juicio y que no encuentres a nadie
ni siquiera a quienes has robado de mí
que las tres neuronas de cerebro que te quedan
se salgan por tu boca cuando vuelvas a vomitar las copas de las fiestas
y que nunca más seas el tema de un poema
ni siquiera de uno de malos deseos
porque te
puedes quedar con lo robado
dejarte como
un premio lo que nunca has comprendido
y fallar en contarle al mundo que no vales ni tu
peso en mierda
pero yo aun
sigo aquí
sosteniendo
la razón por el mango
seguro de
que como siempre
cada vez que
me hunda
mis propios
pasos me sacarán a flote.
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