Sería interesante para alguna
tesis universitaria de desocupados revisar la génesis del momento en que
empezamos a necesitar neuróticamente de un aparato que nos recordara todo.
TODO, hasta lo que no queremos ni necesitamos. Las redes sociales y los ¨smart phones¨
insisten en funcionar como recolectores de datos en forma de fotos, mensajes de
texto y status de Facebook. Le enseño a Emmanuel un video que grabamos en la
mañana payaseando y con sus curiosos cuatro años se pone a revisar videos
anteriores en mi teléfono: ¨Papá, ya no me acordaba que habíamos hecho eso¨. Yo
pienso inmediatamente que semejante afirmación no era ni siquiera posible
cuando yo tenía cuatro años… ni siquiera quince, ni siquiera veinte. A esas
edades uno iba y compraba un rollo de 24 cuando iba de paseo y tomaba unas
fotos que causaban una gran expectativa: ¨cómo habré salido?¨. Somos presa de
un ¨teléfono inteligente¨ pero que no sólo es inteligente, sino que es
rencoroso y moralista.
En mi familia a veces se
acumulaban rollos sin revelar durante largos períodos de tiempo, luego uno
agarraba dos o tres rollos, los llevaba a unas tiendas que ahora no existen y
se llevaba para la casa un puño de cartones de pésima calidad (los que no
estaban velados), muchos movidos, otros con ojos rojos por el flash y demás
defectos, los colocaba en unos librotes que se llaman álbumes (hoy día son unos
raros dinosaurios que sólo funcionan como archivos de pasados inexplicables) y
se les hacía espacio en algún lugar de la casa para que las visitas los vieran.
Cuando Emmanuel lea esto se va a cagar de risa y me va a hacer un bullying
intenso.
Tengo un compita que dice que
todo lo que uno dice, mientras no tenga datos que lo respalden, no existe.
Claramente es una afirmación cientificista inocentona, pero que para efectos
del funcionamiento de un negocio es bastante útil. Pero las relaciones de
pareja, las de amistad, las de familia, las cotidianas en general claramente no
funcionan así. Escucho constantemente cosas como: ¨en nuestra conversación del
25 de enero (inserte screenshot) dijiste a, b y c¨ o ¨en tu status del 15 de enero
dijiste x, y y z¨ y ¨publicaste la foto de X¨. Qué nos hace pensar que nuestras
relaciones personales requieren también datos de esa forma para funcionar más o
menos sanamente?
No estoy desestimando la
veracidad de los datos, estos han servido para mover masas a nivel político,
para desenmascarar mentirosos a nivel monumental, para documentar amenazas.
Pero en el ámbito personal, donde se dicen cosas sin pensar, cuál ha sido el
peso de su función? Hay sin duda una sobrevaloración de lo que se dice, se
publica y se fotografía en las redes en el ámbito personal. La sobrevaloración
de los datos implica una corporatización de lo cotidiano, una monetización,
incluso, de nuestros juicios de valor: soy demasiado saprisista, o demasiado
liguista, soy demasiado ¨papᨠo demasiado amante de los animales y todo parece
tener un costo en los intercambios de amor. ¨Es demasiado nalguda para ser
fiel¨ o ¨es demasiado estudiado para ser mi novio¨, claramente un ridículo.
Será que llegaremos al punto de identificar sólo a dos tipos de personas: los
que SE publican y los que no existen? Publicarse y existir se proponen como
sinónimos en un futuro más que inmediato.
Existo por la validación que recibo de una red social o por lo que yo valoro mi existensia y sé quien soy?
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