Hoy volví a escuchar esa
canción, la misma que escuché
en el baño durante toda la tarde, una y otra vez, el día que mandé todo y a
todos para la mierda. Es bastante cursi en realidad, no tiene para nada el
perfil de una canción motivadora de
destrucción, pero fue esa la que escuché. Tiene el mérito de hacerme resurgir
los dolores que siguen a las grandes satisfacciones, ¿me explico?, y bueno, eso no es poca
cosa, cualquier que me conoce lo sabe. Claramente
las canciones no motivan a nada por sí solas; requieren de un impulso “latente”, como dice la psicóloga, que
quiera hacer erupción. Y eso fue lo que pasó… ♪ lovely lady ♪, sonaba, una y otra vez… Yo salí del baño con la decisión
convertida en verbo, verbo clarito, argumento infalible e irrefutable, ¿qué esperaba que me dijera? ¿que me quedara?, como
si fuera posible apagar una brasa a punta de chupadas… Tantas veces
ha recurrido a mi recuerdo esa canción como el detonante de mis desgracias, como
motor de los llantos, la justificación de todo lo pasado y hasta de todo lo que
pudo haber pasado.
Y bueno, todo retorna. Hoy la escucho de nuevo, aquí en el baño, una y otra vez, ya pasé la etapa del
llanto y se ha empezado a construir el verbo los argumentos, las formas, la
retórica dolorosa de quien piensa salir a destruir ♪ lovely lady ♪, ya las palabras están listas y estoy listo yo, todo
está donde debe estar cuando salgo del baño, está TODO, la canción, la rabia…♪ lovely lady ♪ TODO… hoy sos vos la que no
está.
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