Lauraver se despertó con el sol
pegándole en la cara, estaba inmovilizada por cientos de cuerdas con las que los
liliputienses la habían atado al puerto
principal de Liliput. No era la primera vez que ella vivía algo así, de donde
venía estaba acostumbrada a luchar con pueblos de enanos, y ya sabía cómo
lidiar con manifestaciones, bloqueos,
viceministras, ex presidentes, pueblo y
demás. En otra circunstancia, bajo las mismas condiciones, hubiera mandado
llamar a un séquito de marionetas, a la armada o a la policía para que vinieran
a dispersar a la multitud. Sin embargo, en vista de la evidente carencia de
fuerza humana, tuvo que optar por un método un tanto más rudimentario, pero no
menos efectivo que la represión. Esperó a que fuera de noche y cuando todos
estaban dormidos aprovechó para bajarse a como pudo su ropa y echarse la más inmensa y épica cagada que alguien pueda imaginar. En cuestión de pocos minutos,
los seres humanos que aun quedaban vivos en Liliput, apenas lograban asomar la
punta de su nariz por en medio del mar de mierda de Lauraver. Luego de un par
de horas ya no quedaba nadie vivo en Liliput a excepción de Lauraver que reía
como una desquiciada mientras recordaba a los liliputienses ahogándose en
mierda. Cuando todo estaba calmado y Lauraver ya no reía, sintió de inmediato
las ganas profundas de volver a evacuar. Para aquel momento la primera ola de mierda ya había alcanzado sus orejas. Lauraver no pensó que debió haber dejado vivos al
menos a algunos de los liliputienses para que le ayudaran a soltarse las
amarras. Estaba sola. Ya era tarde.
Luego de su última deposición,
apenas fue capaz de ver como una mierda pesada le cubría por completo los ojos.
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