No soy amigo de salir de compras, el ambiente enfermizo de un mall se me vuelve absurdo y tedioso después de escasos cinco minutos. Sin embargo, cuando dentro del mall hay alguna tienda de instrumentos musicales donde pueda tocar una guitarra o una librería con cafetería donde me pueda sentar a leer de gratis, mis cinco minutos de tolerancia misteriosamente se logran estirar por horas. Hace unos días mi esposa quería que la acompañara a un mall con el clarísimo objetivo de comprarse un par de zapatos o cualquier otra cosa que supuestamente ‘necesitaba’. Mientras se fue a la tienda de zapatos, yo me quedé en Barnes And Noble como si fuera la guardería donde uno deja al niño juguetón. En el Starbucks me pedí un espresso triple según mi costumbre y después del rato ya me había ubicado en una de las islas con un ejemplar de The Complete Short Stories, de Hemingway. Me senté en el piso y con café en mano, me dispuse a leer un relato de unos toreros. Justo en la última línea una extraña vibración en el bolsillo del pantalón me recordó que andaba un celular y contesté la llamada de mi esposa diciéndome que ya había terminado sus compras y que en un momento pasaba por mí. Yo dejé en cualquier parte el ejemplar de Hemingway y me dispuse a irme. Había pasado un buen rato, tuve suficiente tiempo para terminar el relato, pero me quedé con un deseo neurótico de seguir leyendo los otros. Miré el precio del libro y de no ser porque ya estaba en el piso, me hubiera caído de espaldas: $22.
Al encontrarme con mi esposa hice todo
un espectáculo de incomprensión cuando me dijo que en vez de los zapatos se había
comprado una blusa, una faja y no sé qué otras cosas. Saqué mi arsenal de
moralina para reprocharle esa pésima costumbre consumista de comprar puras
mierdas que no se necesitan cuando uno en realidad salió por otra cosa. Luego del sermón,
me preguntó cómo me había ido a mí, y le conté del libro carísimo de relatos de
Hemingway y de cómo yo, un ejemplo digno de admiración, me había abstenido de gastar el dinero en semejante joya.
Sin embargo, mi
enamoramiento había llegado a grados insospechados; en el desayuno, durante el
almuerzo, en la cena, antes de dormir, en medio del sueño, el ejemplar maldito
me perseguía. No me iba a quedar tranquilo hasta conseguirlo. Pensé, obviamente,
en las razones que para mi eran de peso para comprarlo, en contra de las de mi esposa para gastar mucho más del precio de aquel libro en puras cosas que no
necesitaba. Entonces empecé a construir mis argumentos del porqué de mi necesidad de adquirir el texto. Un escritor necesita leer, necesita estudiar, empaparse,
estar al tanto de toda la literatura, el ejemplar contenía todos los relatos de
Hemingway, etc. De repente concluí que, efectivamente, necesitaba
el ejemplar. Muy decidido, le comuniqué a mi esposa las razones y no me puso ninguna
objeción. “¡Compratelo, no lo pensés tanto!”, me dijo franca sin recordarme mis
argumentos en contra del consumismo.
Me lleve $30 para no
caer en la tentación de comprar más. Era el monto justo y necesario para
comprarme el libro, y el espresso triple. Al llegar a mi guardería, a las 9:40 p.m.;
lo primero que observé fue el rótulo en la puerta de que cerraban a las 10. No me
tomaría más de cinco minutos traer el libro y devolverme feliz para la casa.
Entonces pasé a la cafetería con toda la paciencia del mundo y mientras
esperaba el café, sonó una voz cansada por los altavoces: “Dear Barnes and Noble shoppers, the store will be closing in fifteen
minutes, please make your choices and take them to your closest cashier”,
poco más o menos. Traducción: “En quince
minutos cerramos, si hay algún loco que esta comprándose un café y piensa pasar
a revisar libros, olvídelo, escoja rápido y lárguese”. Sin embargo yo, cual comprador profesional y
decidido, pasé primero a revisar las islas rotuladas Libros en español. Eran escasos dos estantes que tenían, junto a un
ejemplar de textos inéditos de Cortázar una revista con una foto de William Levy en la
portada. Justo a su lado estaba el libro de la
vida de Ricky Martin, escrito por él mismo y con comentarios de un par
inigualable de autoridades: Depak Chopra y Paulo Coelho. Sentí algo de nauseas y
el café me supo a vomitada. Como si fuera poco, justo a la par de semejante "joya de la literatura contemporánea", había una novela de Umberto Eco editada creo que por Planeta, e inmediatamente después, unos
libros de cierto niño mago inglés de apellido Potter revueltos con un texto de
Carlos Fuentes, luego más de Coelho y a la par de estos últimos me encontré un
ejemplar de Laura Esquivel de Como Agua para
Chocolate, lo tomé para ver el precio, pero lo volví a poner en su lugar, por
miedo a que lo de sus libros vecinos fuera contagioso y tuviera consecuencias
peligrosas para los lectores.
Después de pasar por
aquellos lamentables estantes, recordé por qué jamás me detenía en los libros
en español en estas librerías gringas. Pasé de inmediato a la literatura en
inglés y el espresso recuperó su sabrosura.
“Dear Barnes and Noble shoppers, the
store will be closing in five minutes, please make your choices and take them
to your closest cashier” Traducción: “A
los tres gatos que quedan en la tienda, les recordamos que en cinco minutos cerramos,
por favor, decídanse rápido o lárguense, no nos interesa que compren nada”.
Generalmente, al
entrar en Barnes and Noble, sin pensarlo mucho me voy directo a las abundantes
islas rotuladas Fiction and Literature
que es donde se ubica más o menos todo cuanto me puede interesar, como el libro
de Hemingway que yo venía a comprar. Sin embargo, en medio de estas islas hay
varios estantes en los que nunca, o casi nunca, me fijo por miedo a que hayan
sido contagiados de la nefanda taxonomía de los libros es español, pero en esta
ocasión uno rotulado Barnes and Noble
Classics BARGAINS, Buy 2, get the 3rd
free, me detuvo por un instante: Milton, Stoker, Dickens, Dostoievsky,
Homer, Virgilio, Wilde. Esos eran más o menos los nombres que se veían. Tomé un
par de ejemplares al azar para ver los precios que iban desde $4.95 hasta $6.95,
más o menos. “¡Que barato!”, pensé. No le di la mayor importancia y me fui a
donde estaba el famoso texto de Hemingway que me había traído a la tienda.
Lo encontré. El mismo
que yo había estado leyendo, el único, pero algún desgraciado seguramente lo había
dejado en cualquier parte y estaba con la portada toda doblada. No me importó
mucho, pero…. eran $22 del alma.
–Señorita disculpe. Podría revisar si tiene otro ejemplar de este libro, es
que está un poco dañado. – le dije a una dependienta muy simpática con una
cierta insinuación como de que me hiciera al menos un descuento. Revisó su computador muy amablemente.
–No señor, es el único que tenemos in-store
pero puedo ordenar que le envíen uno nuevo y se lo traigan aquí mañana – me
explicaba mientras yo me decía “esta tipa no entiende nada de lectura, que
pereza” – si lo manda a pedir, tiene un descuento de $7, le saldría en $15, y
sería nuevo.
–¿Uno nuevo, por $7 menos?
–Sí señor.
–Gracias, mañana regreso– le contesté con la firme convicción de que no podía
ser tan imbécil de pagar $22 por un libro de $15.
“Dear Barnes and Noble shoppers, the store IS
NOW CLOSED, please make your choices and take them to your closest cashier”,
sonó en el altavoz. Traducción: “El hueso que anda buscando descuentos,
compre ya o lárguese de una vez por todas.” La jefa de la muchacha amable
que me brindó la información le dijo con un tono como de sarcasmo “Buen trabajo
karly”. La muchacha le devolvió una sonrisa tímida al comprender que había detenido
una venta segura. Yo por mi parte pensaba
en el rótulo de bargains y en los 26 dólares que me quedaban. “Creo que no me
pasa nada si me compro un par, además me van a regalar uno”, fue entonces
cuando me fui al estante y empecé a ver. Otra muchacha amable se me acercó y me
dijo que si me podía ayudar en algo, le pregunté que si tenían algo de
Hemingway, la jefa que hablaba con sarcasmo me dijo que los que estaban es bargain eran sólo
autores que se habían muerto hacía más de cien años. No le quise discutir nada. Otra
muchacha amable me volvió a ofrecer ayuda y me dijo que cerca de la salida también
había otros 3 por 2 con tapa dura, levanté la cabeza y fue hasta entonces cuando me percaté que
era el único cliente en la tienda, y cada cierto tiempo pasaba un desfile de
dependientas, todas con cara de sueño, ofreciéndome una sonrisa de hartazgo y
un poco de ayuda. Entonces me dispuse a escoger rápidamente.
Títulos: Dracula
by Bram Stoker, escogido. The portrait of Dorian Gray by Oscar
Wilde, escogido. El problema era el
tercero, el gratis. Los de Jane Austen y Charles Dickens se empezaron
como a multiplicar: A Tale of Two Cities,
Oliver Twist, A Christmas Carol, David Copperfield, Pride and Prejudice, Sense
and Sensibility. “¡Qué
mierda!”, pensé. “Dear Barnes and Noble
shoppers, the store is NOW CLOSED, please make your choices and take them to
your closest cashier”, sonaba la voz. Traducción: “Maldito desconsiderado,
si no escogés un puto libro, te vamos a sacar a patadas”. The Origin of Species by Charles Darwin, escogido. Pero
en el camino hacia la caja me empecé a preguntar qué diablos estaba haciendo el
libro de Darwin entre los clásicos de la literatura y por qué estaba comprando
yo eso que no tenía nada que ver con lo que quería leer. Entonces cuando ya me
acercaba a la caja, con las sonrisas cansadas de las dependientas y de la jefa sarcástica
como diciéndome cuanto me detestaban, decidí que no quería leer teoría de la evolución
y me regresé a cambiar el texto. Como presa de una locura, la foto de Charles
Dickens se me ponía en todo lado y tomé el primer tomo que me encontré: Oliver Twist. Luego apresuradamente me dirigí
a la caja mientras que todas me echaban porras como para que se terminara una
carrera. Me cobraron a toda prisa, pese a que yo estaba buscando los billetes y
luego entre tres me escoltaron a la puerta y cerraron con llave cuando salí, como
para que no fuera a cambiar de opinión.
Tenía una sonrisa
tonta en la cara como si hubiera hecho el gran negocio de mi vida. Tres libros
en menos de quince dólares, hasta dinero de vuelta llevaba para la casa. ¡Qué
genio!. La sonrisita no se me quito hasta que llegué y mi esposa me
preguntó: “¿Y cuál de esos es el de Hemingway?”
Linda Anécdota, creo que todos hemos pasado por situaciones así!
ResponderEliminarJajajajaja.... Y en este caso vos tomaste el lugar de ru esposa.... Viste una buena oferta y no la podias dejar pasar... Y llegaste a casa con cosas q no necesitabas y sin lo que realmente ibas a buscar..... ME ENCANTO.....
ResponderEliminarjajaja, sí Germán, lo peor es que cuando uno sale de la tienda, solamente piensa en los que no compró! jajaja
ResponderEliminarY Macha sí, así fue, por fortuna mi esposa es muy comprensiva ;) jajaja