Siempre que pasa por ahí lo ve
bajando las gradas. Ya le he dicho muchas veces que eso es imposible y que
la manía de ver muertos es propia de supersticiosos. Ella dice que me entiende,
y que más que superstición se trata de un deseo de agotar las posibilidades,
quiere ver cuántas veces sería capaz de matarlo de nuevo. La primera vez que lo
mató dice que tardó un par de días en morirse por completo y que ella sin
embargo, se quedó mirándolo mientras la respiración se le empezaba a poner más
difícil sin hacer nada por ayudarlo (a morir obviamente). Yo dudo mucho que fuera posible mirarlo morir más veces, en realidad es probable que
nunca lo haya matado y que lo que miraba al bajar las gradas no fuera un
espíritu, si no un hombre de carne y hueso. Pese a esto, le otorgué el
beneficio de la duda y cuando lo vi pasar frente a mí, caminando muy campante y
saludándome, lo ignoré. La ignorancia y el olvido fueron mis mejores armas de
solidaridad para contribuir con una muerte cada vez más evidente, acaso las
únicas armas reales, acaso las únicas para dejar morir, acaso las únicas que
ella nunca tuvo.
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