miércoles, 28 de septiembre de 2011

Barnes and Noble. O de las neurosis de un lector.


                No soy amigo de salir de compras, el ambiente enfermizo de un mall se me vuelve absurdo y tedioso después de escasos cinco minutos. Sin embargo, cuando dentro del mall hay alguna tienda de instrumentos musicales donde pueda tocar una guitarra o una librería con cafetería donde me pueda sentar a leer de gratis, mis cinco minutos de tolerancia misteriosamente se logran estirar por horas. Hace unos días mi esposa quería que la acompañara a un mall con el clarísimo objetivo de comprarse un par de zapatos o cualquier otra cosa que supuestamente ‘necesitaba’. Mientras se fue a la tienda de zapatos, yo me quedé en Barnes And Noble como si fuera la guardería donde uno deja al niño juguetón. En el Starbucks me pedí un espresso triple según mi costumbre y después del rato ya me había ubicado en una de las islas con un ejemplar de The Complete Short Stories, de Hemingway.  Me senté en el piso y con café en mano, me dispuse a leer un relato de unos toreros. Justo en la última línea una extraña vibración en el bolsillo del pantalón me recordó que andaba un celular y contesté la llamada de mi esposa diciéndome que ya había terminado sus compras y que en un momento pasaba por mí. Yo dejé en cualquier parte el ejemplar de Hemingway y me dispuse a irme. Había pasado un buen rato, tuve suficiente  tiempo para terminar el relato, pero me quedé con un deseo neurótico de seguir leyendo los otros. Miré el precio del libro y de no ser porque ya estaba en el piso, me hubiera caído de espaldas: $22.
               Al encontrarme con mi esposa hice todo un espectáculo de incomprensión cuando me dijo que en vez de los zapatos se había comprado una blusa, una faja y no sé qué otras cosas. Saqué mi arsenal de moralina para reprocharle esa pésima costumbre consumista de comprar puras mierdas que no se necesitan cuando uno en realidad salió por otra cosa. Luego del sermón, me preguntó cómo me había ido a mí, y le conté del libro carísimo de relatos de Hemingway y de cómo yo, un ejemplo digno de admiración, me había abstenido de gastar el dinero en semejante joya.  
                Sin embargo, mi enamoramiento había llegado a grados insospechados; en el desayuno, durante el almuerzo, en la cena, antes de dormir, en medio del sueño, el ejemplar maldito me perseguía. No me iba a quedar tranquilo hasta conseguirlo. Pensé, obviamente, en las razones que para mi eran de peso para comprarlo, en contra de las de mi esposa para gastar mucho más del precio de aquel libro en puras cosas que no necesitaba. Entonces empecé a construir mis argumentos del porqué de mi necesidad de adquirir el texto. Un escritor necesita leer, necesita estudiar, empaparse, estar al tanto de toda la literatura, el ejemplar contenía todos los relatos de Hemingway, etc. De repente concluí que, efectivamente, necesitaba el ejemplar. Muy decidido, le comuniqué a mi esposa las razones y no me puso ninguna objeción. “¡Compratelo, no lo pensés tanto!”, me dijo franca sin recordarme mis argumentos en contra del consumismo.
                Me lleve $30 para no caer en la tentación de comprar más. Era el monto justo y necesario para comprarme el libro, y el espresso triple. Al llegar a mi guardería, a las 9:40 p.m.; lo primero que observé fue el rótulo en la puerta de que cerraban a las 10. No me tomaría más de cinco minutos traer el libro y devolverme feliz para la casa. Entonces pasé a la cafetería con toda la paciencia del mundo y mientras esperaba el café, sonó una voz cansada por los altavoces: “Dear Barnes and Noble shoppers, the store will be closing in fifteen minutes, please make your choices and take them to your closest cashier”, poco más o menos. Traducción: “En quince minutos cerramos, si hay algún loco que esta comprándose un café y piensa pasar a revisar libros, olvídelo, escoja rápido y lárguese”.  Sin embargo yo, cual comprador profesional y decidido, pasé primero a revisar las islas rotuladas Libros en español. Eran escasos dos estantes que tenían, junto a un ejemplar de textos inéditos de Cortázar una revista con una foto de William Levy en la portada. Justo a su lado estaba el libro de la vida de Ricky Martin, escrito por él mismo y con comentarios de un par inigualable de autoridades: Depak Chopra y Paulo Coelho. Sentí algo de nauseas y el café me supo a vomitada. Como si fuera poco, justo a la par de semejante "joya de la literatura contemporánea", había una novela de Umberto Eco editada creo que por Planeta, e inmediatamente después, unos libros de cierto niño mago inglés de apellido Potter revueltos con un texto de Carlos Fuentes, luego más de Coelho y a la par de estos últimos me encontré un ejemplar de Laura Esquivel de Como Agua para Chocolate, lo tomé para ver el precio, pero lo volví a poner en su lugar, por miedo a que lo de sus libros vecinos fuera contagioso y tuviera consecuencias peligrosas para los lectores.
                Después de pasar por aquellos lamentables estantes, recordé por qué jamás me detenía en los libros en español en estas librerías gringas. Pasé de inmediato a la literatura en inglés y el espresso recuperó su sabrosura. “Dear Barnes and Noble shoppers, the store will be closing in five minutes, please make your choices and take them to your closest cashier” Traducción: “A los tres gatos que quedan en la tienda, les recordamos que en cinco minutos cerramos, por favor, decídanse rápido o lárguense, no nos interesa que compren nada”.
                Generalmente, al entrar en Barnes and Noble, sin pensarlo mucho me voy directo a las abundantes islas rotuladas Fiction and Literature que es donde se ubica más o menos todo cuanto me puede interesar, como el libro de Hemingway que yo venía a comprar. Sin embargo, en medio de estas islas hay varios estantes en los que nunca, o casi nunca, me fijo por miedo a que hayan sido contagiados de la nefanda taxonomía de los libros es español, pero en esta ocasión uno rotulado Barnes and Noble Classics BARGAINS, Buy 2, get the 3rd free, me detuvo por un instante: Milton, Stoker, Dickens, Dostoievsky, Homer, Virgilio, Wilde. Esos eran más o menos los nombres que se veían. Tomé un par de ejemplares al azar para ver los precios que iban desde $4.95 hasta $6.95, más o menos. “¡Que barato!”, pensé. No le di la mayor importancia y me fui a donde estaba el famoso texto de Hemingway que me había traído a la tienda.
                Lo encontré. El mismo que yo había estado leyendo, el único, pero algún desgraciado seguramente lo había dejado en cualquier parte y estaba con la portada toda doblada. No me importó mucho, pero…. eran $22 del alma.  
–Señorita disculpe. Podría revisar si tiene otro ejemplar de este libro, es que está un poco dañado. – le dije a una dependienta muy simpática con una cierta insinuación como de que me hiciera al menos un descuento.  Revisó su computador muy amablemente.
–No señor, es el único que tenemos in-store pero puedo ordenar que le envíen uno nuevo y se lo traigan aquí mañana – me explicaba mientras yo me decía “esta tipa no entiende nada de lectura, que pereza” – si lo manda a pedir, tiene un descuento de $7, le saldría en $15, y sería nuevo.
–¿Uno nuevo, por $7 menos?
–Sí señor.
–Gracias, mañana regreso– le contesté con la firme convicción de que no podía ser tan imbécil de pagar $22 por un libro de $15. 
Dear Barnes and Noble shoppers, the store IS NOW CLOSED, please make your choices and take them to your closest cashier”, sonó en el altavoz. Traducción: “El hueso que anda buscando descuentos, compre ya o lárguese de una vez por todas.” La jefa de la muchacha amable que me brindó la información le dijo con un tono como de sarcasmo “Buen trabajo karly”. La muchacha le devolvió una sonrisa tímida al comprender que había detenido una venta segura.  Yo por mi parte pensaba en el rótulo de bargains y en los 26 dólares que me quedaban. “Creo que no me pasa nada si me compro un par, además me van a regalar uno”, fue entonces cuando me fui al estante y empecé a ver. Otra muchacha amable se me acercó y me dijo que si me podía ayudar en algo, le pregunté que si tenían algo de Hemingway, la jefa que hablaba con sarcasmo  me dijo que los que estaban es bargain eran sólo autores que se habían muerto hacía más de cien años. No le quise discutir nada. Otra muchacha amable me volvió a ofrecer ayuda y me dijo que cerca de la salida también había otros 3 por 2 con tapa dura,  levanté la cabeza y fue hasta entonces cuando me percaté que era el único cliente en la tienda, y cada cierto tiempo pasaba un desfile de dependientas, todas con cara de sueño, ofreciéndome una sonrisa de hartazgo y un poco de ayuda. Entonces me dispuse a escoger rápidamente.
Títulos: Dracula by Bram Stoker, escogido.  The portrait of Dorian Gray by Oscar Wilde, escogido. El problema era el tercero, el gratis. Los de Jane Austen y Charles Dickens se empezaron como a multiplicar: A Tale of Two Cities, Oliver Twist, A Christmas Carol, David Copperfield, Pride and Prejudice, Sense and Sensibility. “¡Qué mierda!”, pensé. “Dear Barnes and Noble shoppers, the store is NOW CLOSED, please make your choices and take them to your closest cashier”, sonaba la voz. Traducción: “Maldito desconsiderado, si no escogés un puto libro, te vamos a sacar a patadas”. The Origin of  Species by Charles Darwin, escogido. Pero en el camino hacia la caja me empecé a preguntar qué diablos estaba haciendo el libro de Darwin entre los clásicos de la literatura y por qué estaba comprando yo eso que no tenía nada que ver con lo que quería leer. Entonces cuando ya me acercaba a la caja, con las sonrisas cansadas de las dependientas y de la jefa sarcástica como diciéndome cuanto me detestaban, decidí que no quería leer teoría de la evolución y me regresé a cambiar el texto. Como presa de una locura, la foto de Charles Dickens se me ponía en todo lado y tomé el primer tomo que me encontré: Oliver Twist. Luego apresuradamente me dirigí a la caja mientras que todas me echaban porras como para que se terminara una carrera. Me cobraron a toda prisa, pese a que yo estaba buscando los billetes y luego entre tres me escoltaron a la puerta y cerraron con llave cuando salí, como para que no fuera a cambiar de opinión.
                Tenía una sonrisa tonta en la cara como si hubiera hecho el gran negocio de mi vida. Tres libros en menos de quince dólares, hasta dinero de vuelta llevaba para la casa. ¡Qué genio!. La sonrisita no se me quito hasta que llegué y mi esposa me preguntó: “¿Y cuál de esos es el de Hemingway?”

lunes, 26 de septiembre de 2011

Una pena

Una pena es el fruto de un árbol sembrado con los residuos de cuanto se ha detestado. Por eso prefiero dedicarme a la escritura y no a la jardinería. Sin embargo, bien podría dejar de sembrar mis semillas literarias de penosos frutos, así no me cosecharía por las noches como una pena, como un fruto de los jardines sembrados de mis textos, así no me descolgaría como una manzana (¡vaya fruta de venenos y de historia!) cada vez que algún insomnio me hace madurar antes de tiempo y reventar contra el suelo de todos los entierros posibles y de todas las horas pensables, o hasta las impensables. De nuevo salen las horas y las penas de mis jardines, recordándome que muy a mi pesar, la escritura y la jardinería son hermanas, pero que las penas y las horas son un solo fruto del mismo árbol. ¿Cómo las sonrisas? 

sábado, 24 de septiembre de 2011

Inefable

Tenía sueño, no sueños, que son una cosa completamente distinta. Es obvio que el sueño es cosa de la noche cuando lo único pertinente es esperar que todo se acabe de una vez por todas. Los sueños, por su parte, son cosa del día, cuando uno se ha henchido de la tonta esperanza del mañana mejor y demás sandeces. Entonces tenía sueño, y valga decir que era de día. ¿Qué podría significar poseer durante el día los maleficios que sólo brinda la noche? 

Entonces escribió en sus notas: 

La noche sube cuando cae el sol, y esto es un lugar común solamente cuando uno no ha entendido que sigue siendo de noche y sigue estando oscuro a punta de desear soñar y no poder hacerlo. La noche no sube ni baja en realidad, solo se sostiene como el martirio de un momento nefasto estancado en medio del deseo de fluir. 


miércoles, 7 de septiembre de 2011

Urnas

        Luego de haberlos escogido con su propio dedo, miró como, junto con él, venían los otros que habían hecho igual. Los elegidos los llevaban de la mano, y luego, en unas estacas largas de pino los empalaban uno a uno, dejando la punta de la estaca saliéndose por la boca con algo así como unas entrañas colgantes.

        Los otros, a quienes posteriormente llamarían pueblo, observaban con morbo el espectáculo de aquellos elegidos empalando electores. A su vez, por una extraña razón, olvidaban tomar nota acerca de cómo serían sus muertes, por empalamiento, cuatro años después, luego de pasar por las urnas y escoger con su propio dedo, aquél destino.

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